
Os pido disculpas por continuar dándole bombo a mi ego, como hace unos días me escribió una ex amiga con cierto odio, por publicar artículos y pensamientos en este blog.
Qué le voy a hacer, el ego es un amante insaciable y hay que mimarlo y complacerlo porque si no, termina por irse con otra. Ya no tiene una la facha para conquistarlo por la cara bonita, así que tengo que darle alimento a base de trabajo; me explota, en dos palabras. Llevo toda la vida regándolo diariamente como al geranio y es puñetero, el tío, porque en cuanto me relajo y me pongo a ver series o a dormir la siesta o salgo a sentarme en una terracita a tomar un bitter sin pensar en nada de nada, se cabrea. No me lo dice abiertamente, por supuesto, en eso es muy femenino. Pero sé que cree que lo estoy descuidando, que no estoy pendiente de él. Es un chulo mi ego, el único chulo que tolero.
Cuando trabajo, que para mí significa pintar, estudiar, escribir, componer un perfume, no siempre se queda contento. La mayor parte de las veces desprecia lo que hago. Pero alguna vez se entusiasma y me besa como un enamorado si después de muchas cagadas me sale algo que merece la pena. Pero no le dura mucho el arrebato. Le das un pequeño triunfo y enseguida se aburre y exige otro y otro más y a medida que pasa el tiempo, ni lo que en un principio le pareció bien, le gusta.
He tenido temporadas en las que mi ego me ha puesto los cuernos con otras, lo sé, no me engaño. Nunca está ya cuando me miro al espejo, ni cuando me visto y mucho menos cuando juego al ping-pong (me espera en la entrada del Polideportivo, ni siquiera entra a ver los partidos, el cabrón). Se va, como quien dice, por cigarrillos y no vuelve hasta que me ve cansada de alguna de mis actividades digamos mentales. Porque eso sí, mi ego es un intelectual, un tipo exigente que me lleva un poco por la calle de la amargura. Uno no puede ser un aficionado mediocre, no, no, hay que buscar siempre la excelencia. Es un poco pelma y a veces creo que viviría mejor sin él.
Pero nos hemos tomado cariño y creo que nunca me dejará definitivamente, es una relación de dependencia. No es un ego gratuito. Depende de mí para ser alguien y yo me apoyo en él para continuar cada proyecto. Es un tipo peculiar.
Mi amiga no entiende que a los egos hay que seducirlos con esfuerzo diario para que se queden junto a una con los años y el mío, gracias a mi esfuerzo, está a mi lado, cuando dibujo sabiendo que no sé dibujar, cuando estudio las materias primas de un perfume, sabiendo que jamás seré una nariz porque llegué demasiado tarde a ese campo, o cuando escribo un artículo que no intentaré publicar salvo en mi blog personal que leen cuatro gatos mal contados.
Y está aquí, en fin, ahora mismo, mirando impertinente por encima de mi hombro lo que escribo, como mi sombra y firmando con su propia mano este artículo, con el que, con suerte, distraerán un rato perdido los fieles amigos que aún me quedan.
Me encanta ser uno de esos cuatro gatos que dices que te leen. Yo te adoro con tu ego. Gracias por deleitarnos tan ingeniosamente, Sandra. Esta temporada de pandemia no estoy en San Lo pero cuando vaya me gustaría verte, si es que te juntas con gente sospechosa, como lo somos todos ahora, de ser portadores de virus malévolos. Mil besos,Cristina.
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Gracias por tu comentario, Cristina. Se agradece saber que hay lectores ahí fuera y si son amigos, mejor. Dame un toque cuando vengas por aquí y nos vemos.
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