“Daddy” pienso
y me quedo mirando la palabra columna,
el eco a catedral,
a amapola también, a avejentado espejo,
a río de venas dulces y fatiga.
“Daddy” digo y recuerdo
el pan con peanut butter,
el ritual diario de hombre apuesto,
el barco a medio hacer,
el uniforme, los ojos de Paul Newman,
el habla torpe en español
(“cuando yo estaba un niño”)
la ingenuidad también,
la religión, estupidez suprema.
Y aún así la casa alegre,
inundada de olor a dulce americano,
y al oso de peluche
que un día perdí desesperadamente,
como se pierde
la conciencia del mal
que hacemos a conciencia.
“Padre”; dura e inútil.
“Daddy”; horno caliente y risa contagiosa.
Sus secas manos de seda envejecida
se apoyaban a disgusto en un bastón
de tiempo exhausto.
La vejez no es para débiles, decía.
Me como un trozo de Domingo
y siempre “Daddy”.
Pienso y repienso la palabra y resucita
aquella bata marrón
a la que volábamos
las raras mañanas en que estuvo.
Y en “Daddy” la voz de Perry Como
se hace padre otra vez
y nos consuela del sueño americano
del que nos despertaba ella a culatazos.
Fuiste esclavo voluntario
de una mujer herida en la genética.
Misterios del amor…
Se puede amar toda la vida
un espejismo, un deber, una teoría.
Saboreo una y otra vez “My Dad”
y un ser agonizante,
se extingue frágil en el hueco mi mano,
como una mariposa de sonido
de la que apenas queda un aleteo
un polvo leve.
He asfixiado la palabra,
lo sé,
de tanto manosear la idea de mi padre.