LA INOCENCIA ALADA

Foto: Javier Baños

Los pájaros, que yo sepa, no leen los periódicos. 

Ningún animal, salvo nosotros, se atormenta diariamente con el futuro negro que le espera, aunque éste ni sea negro, ni futuro. Nosotros, en cambio, desayunamos cada mañana una radiografía manipulada del estado de las cosas que invariablemente proyecta una sombra sobre nuestras vidas. Cada época la suya. En ésta que nos ha tocado vivir, la sombra amenaza ya al planeta y a las generaciones futuras. Somos demasiados, somos egoístas, somos endiabladamente inteligentes, tenemos imaginación y casi nunca la empleamos para el bien común. El resultado siempre es inquietante. Leer el periódico exige cada vez más optimismo.

Envidio a los pájaros.

Vivir colgado del cielo. Extender los brazos, ahuecar los dedos a falta de plumas y saltar al aire como quien se lanza a una piscina. Sin pensar en lo que va a venir, sin construir nidos como catedrales, sin cambiar de pelaje por impulso, sin preguntar cuál será el futuro, sin pensar si tus crías vivirán mejor o peor, sin amargarte cuando la vejez te hace más pesado el vuelo. Una virginidad con alas. Una inocencia que vive el instante. Una existencia aérea cuyo único objetivo es ser. 

Cierto es que envidio la inocencia del pájaro, no la del buey. Del pájaro que vive fuera del alcance del hombre, claro está, del que vuela como un borracho de ingravidez el cielo de las tardes de verano. 

Mis vecinos tienen un canario en una jaula colgada en la terraza para oírle cantar por las mañanas. Imagino mil veces -pero no lo hago – que me descuelgo por los barrotes de la mía hasta llegar a la suya y le abro la puerta de la jaula. Imagino también que tal vez no saldría de ella. La libertad hay que usarla, si no se usa, se pierde la costumbre de ejercerla y el canario se iguala al buey con otro yugo, no por menos pesado, menos yugo. Argumento que, aún si muriera por no saber, ya, buscarse el alimento, moriría decidiendo en qué dirección volar y en qué rama posarse. La libertad es eso. Es triste que, para ejercerla, el resto de las especies que habitan este inusitado planeta deban estar lo más lejos del hombre que les permitan sus alas, sus patas o sus aletas. 

Es curiosa la falta de empatía que gastamos como especie. Cuando nos confinaron tres meses, nos quejábamos amargamente y la mayoría también cantábamos desde los barrotes de nuestras ventanas o terrazas. Al menos una vez al día. Peor que el canario, sin duda. 90 días y muchos se volvían locos de aburrimiento. Pero nadie decidió liberar a sus canarios. La ley del embudo es más vieja que la ley del Talión.

Las alas de un pájaro se hicieron para acariciar el aire, no para adornar una terraza. 

A veces siento una tremenda vocación avícola y si me dieran a elegir entre cualquier vida privilegiada o la posibilidad de volar, me pondría sin duda una chaqueta de plumas y volaría lo más lejos posible de los hombres y de sus sucias batallas. Pero ese sueño pertenece al mundo de los cuentos, que siempre me fascinó, a qué negarlo. En esta realidad, el canario sigue encerrado en su minúscula prisión y yo me entero cada mañana de las cínicas hazañas de los delincuentes que suelen detentar el poder en todo el mundo.  Y es que siempre hay quienes no se lo piensan dos veces y se descuelgan de una terraza a la otra para abrir la puerta de una jaula universal, jugándose la vida – o la relación con el vecino – por un futuro mejor que no es el suyo. 

Por esos héroes cotidianos sigo queriendo saber cada mañana.

Un comentario Agrega el tuyo

  1. Cristina Jarabo Bueno dice:

    Cierto. Sólo leí una noticia durante el confinamiento donde un señor liberó a sus canarios porque sintió lo que es estar encerrado. Esa noticia era tan  «excepcional» que salió en los medios. No conozco a nadie más que liberara a sus pajarillos.Un beso, salud y libertad.

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