
“Sobre nada” lo titulé,
(porque la única verdad es el silencio).
Todo lo demás es ruido,
calle en obras, niños malcriados,
malos de manual al mando de gobiernos,
puyas, discusiones, tirones de pelo,
yo dije, tu dijiste,
corruptelas varias
según y como,
la indiferencia suprema
según y cuándo.
“Sobre nada”, titulé el documento
que nunca escribí.
Lo guardé así, vacío.
Y me pareció realmente hermoso,
blanco como una novia muda
que espera
lo que no puede contestar más que por signos.
Lo demás son problemas,
desamigos, desconciertos,
aislamientos colectivos y oximorones varios;
el infinito rumor del hormiguero humano.
Hubo, un tiempo en el que el mar
era una presencia poderosa
que me lamía los sueños cada noche.
Algo me llamaba entonces
y me sigue llamando
de ese hondo silencio,
humedal materno de algas y gaviotas
que acuna a sus muertos
interminablemente.
Nada es verdad, más que el silencio
del crujido de la arena bajo el pie de mi infancia.
El tema de lo no escrito se está volviendo recurrente y creo que ese vacío existencial de lo que no se ha escrito queda en algún lugar del pensamiento, aunque escribamos sobre ello.
La parte del mar me ha recordado a un poema de Juan Ramón Jiménez:
En ti estás todo, mar, y sin embargo,
¡qué sin ti estás, qué solo,
qué lejos, siempre, de ti mismo!
Abierto en mil heridas, cada instante,
cual mi frente,
tus olas van, como mis pensamientos,
y vienen, van y vienen,
besándose, apartándose,
con un eterno conocerse,
mar, y desconocerse.
Eres tú, y no lo sabes,
tu corazón te late y no lo sientes…
¡Qué plenitud de soledad, mar solo!
***
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No conocía ese poema. Es hermoso…Yo viví un mar como ese de niña. Un saludo cálido desde España, Fer!
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