
La obra de arte es un puñetazo que dobla en dos la mediocridad con que se viste la existencia diaria del hombre común. De una complejidad paradójica, este puñetazo puede descodificarse en una sinfonía de imperfecciones que crean un orden de una belleza inverosímil.
Esa belleza es reconocida por la mayor parte de los que componemos una misma sociedad. Como si de un mensaje encriptado se tratara, tenemos mecanismos que identifican el alto nivel de una creación, su calidad poética, mecanismos que abren las puertas de nuestro asombro para disfrutar de ella, sea ésta una sinfonía, una imagen, una escultura o un documental.
“La pintora y el ladrón” film dirigido por Benjamin Ree, es una de esas obras de arte.
Aunque sea difícil de creer, es un documental. La cámara, es un testigo invisible, un ojo indiscreto y discreto por el que nos asomamos sorprendidos a este peculiar cruce de universos. La historia es la de una pintora (Barbora Kysilkova) a quien unos ladrones roban dos cuadros expuestos en una galería y que termina por hacerse amiga de uno de ellos (Karl Bertil-Nordland). El resumen desnudo sería ese. Pero la obra es una orfebrería visual en la que los silencios, las palabras, las pinturas y las miradas tejen un tapiz humano de una rara perfección, laberíntica y sencilla, como cualquier relación que se precie.
Describir la mirada de Karl cuando ve su primer retrato pintado es inútil, las palabras no sirven, estos momentos son cristales finísimos, que no aguantan el tacto del lenguaje. Recomiendo especialmente a todos los artistas que vean esa escena. Ningún precio desorbitado que se pague por un lienzo se puede igualar a la mirada de este hombre viéndose, por fin, mirado. Parece que toda su trágica existencia se justificara por haber llegado a este punto en su vida. Este es el objetivo no consciente del arte. Llegar al centro y dinamitarlo.
La ternura que destila cada escena, la originalidad de los personajes elegidos, la generosidad de la pintora, la resiliencia del ladrón, la belleza de la luz, el paso del tiempo y la transformación de cada protagonista y más que nada, esa amistad basada en una honestidad absoluta, convierten este documental en una joya.
Uno se queda, después de verlo, asombrado ante el milagro de esta intimidad entre personajes tan dispares. Ree consigue mostrar la intensidad de esta relación con planos sobrios, con economía de escenarios. Sólo son necesarios Karl y Barbora, sus respectivas profundidades, para llegar a entender. Barbora podría responder, como Montaigne cuando le preguntaron por qué fueron tan amigos él y Ètienne de La Boétie, “porque era él, porque era yo”.
Esta artista dulce, obsesiva, de pincelada oscura y sonrisa luminosa, que apenas conseguía vivir de su arte sin pasar hambre, se acercó, muerta de curiosidad, durante el juicio, al hombre que le había robado sus obras, para preguntarle por qué lo había hecho. Karl respondió sin dudarlo: “Porque eran hermosas”.
¿Se puede tener más éxito como creador?
Qué bonito lo dices, un placer leerte.
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