
Hace unos años escribí sobre el indeseable que habita la casa menos blanca del planeta. Hoy, este año decisivo, los americanos siguen jugando con fuego. Es lo que pasa cuando se le da el gobierno a un personaje perturbado, despótico, sin el más mínimo sentido de la ética y vengativo hasta la médula de su propio ego.
Sabemos que el país está jugándose la libertad en la cuerda floja, llenando la pistola de balas para jugar a la ruleta rusa. Solo que en esa ruleta participamos todos. Las elecciones americanas nos afectan más que un corona virus chino. El bufón mayor del reino pretende ser reelegido, no sólo este año, sino el resto de su vida si es posible.
Este bufón, como todos, es letal ejerciendo el poder, porque no olvida. Todas y cada una de las carcajadas a costa del tupé, de su ignorancia, de la vulgaridad de la que hace bandera, de su patanería, están grabadas en el mármol de su memoria de primate y tendrán su turno de venganza. Hemos pagado la inconsciencia de Obama con creces, quien se burló abiertamente de él en una cena de poderosos (que son los únicos que le importan) y el bufón juró hacerle comer la broma sustituyéndole en el trono y borrando su nombre del planeta. En el fondo nunca imaginó que tendría la oportunidad, pero, carambolas de la vida, la américa profunda le votó. Resultado. Todo lo que hizo Obama, (lo poco que hizo más bien) ha sido pasto de la arrasadora del bufón, por el mero hecho de que llevaba su nombre. Este es el individuo que gobierna el mundo a golpe de flequillo y rabietas de personaje de Gran Hermano.
Como contrapeso a este engendro impresentable, existen norteamericanos de bien, gente con compromisos, ideales, capacidad de lucha y principios. En un país en el que la democracia es cada vez más una etiqueta y no un sistema real, hay que ser inasequible al desaliento para luchar contra la desilusión de la corrupción y el poder del Poder día tras día. Porque no nos damos cuenta, desde aquí, de cómo es la sociedad norteamericana. No podemos imaginar hasta qué punto el capitalismo bárbaro se está comiendo el alma del pueblo.
Imaginemos que para poder pagar la factura del hospital en el que me han operado del cáncer que tuve, tengo o tendré, me hace falta poner en venta mi casa y trabajar 12 horas cada día porque si no, terminaré en la calle. ¿Tendría tiempo y ganas de apoyar ningún movimiento, manifestación o protesta contra el sistema que me está aplastando? Imaginemos que he conseguido estudiar una carrera, pero tengo que pagar por esa educación un préstamo pantagruélico y durante años mi vida cuelga del fino hilo de una deuda que tengo que saldar a base de trabajo. Pasaría lo mismo.
El pueblo, que no cobra ni salarios astronómicos, ni pluses, ni incentivos, no puede, literalmente, participar de un modo activo en su democracia, porque está atado de pies y manos. El sistema está creado así a propósito y funciona para la minoría que tiene todo el capital. Da igual si para mantener este estatus-quo hay que sostener en el trono a un ser infame.
Michael Moore, cineasta criticado por la derecha y la izquierda vegana de diseño, está ahí, dejándose el pellejo, el tiempo y el dinero, de acto en acto, intentando cambiar mentes, recaudar apoyos, conseguir votos que impidan una continuidad del bufón. Mantiene un podcast, “Rumble”, que con apenas ocho o diez emisiones ya cuenta con más de tres millones de descargas. Apoya a Bernie Sanders contra todo pronóstico de que sobreviva a su propio partido, que no es más que una variante blanda del partido republicano. Es un demócrata actuante, lo que la mayoría no somos. Se podrá equivocar, será mejor o peor documentalista, pero no espera que la historia decida por él. Consciente del peligro, intenta levantarse del hoyo de cada una de las decepciones con las que su país lo golpea una y otra vez y llegar a más gente, cambiar opiniones, sembrar la rebelión sin odio, hacer democracia, en suma.
Mi admiración profunda.
Hay que ser muy valiente para mantener la esperanza en un país que vota a Trump.