La etérea senda del perfume, anotaciones sobre La habitación sumergida II (Artículo de Fernando Palacios León)

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foto del blog de Fernando Palacios León

 

Fernando Palacios León, escritor, traductor e investigador (su blog es El Tintero) tuvo la amabilidad de escribir una pequeña reseña sobre mi libro «La Habitación Sumergida II» y con su permiso la reproduzco.  Recomiendo un paseo desordenado por su blog a todo enamorado de la palabra.


Me resulta imposible escribir una reseña sobre un libro en el que se me cita y se me diagnostica como enfermo de la palabra. Vanidad y certerías aparte, guardo costumbre de hacer anotaciones mientras leo, como si durante la lectura reescribiera, de algún modo, lo que pienso de lo que un libro me hace pensar. Tras la lectura regreso a los apuntes y, la mayoría de las veces, me doy cuenta de que mis anotaciones no tienen nada que ver con lo que pienso de un libro, sino con lo que yo creo que el libro me hace pensar y que, en realidad, son pensamientos latentes, asuntos tangenciales, como esas puertas que llevan años chirriando sin que nadie se ocupe de las bisagras. El pensamiento tiene sus bisagras y el chirrido termina por ser agradable cuando se sabe hasta dónde hay que empujar la puerta. Quién sabe por qué apuntaría tal cosa tras la lectura de El Ideograma. La habitación sumergida II de S. Sue es un libro inclasificable de artículos, relatos, cuentos, estampas de personas ficticias y personajes reales, una serie de crónicas de la psique de un cuerpo que se aferra a la conciencia de su fugacidad y a la esperanza de que la conciencia de tal fugacidad pudiera hacer del mundo un lugar más habitable. Es un libro recurrente, escrito en círculos como se escribe el tiempo, con la honestidad de las tiendas de segunda mano, como esos sueños siempre iguales que nos buscan o en los que nos buscamos. Recurrente, entiéndase, como una flor en su perfume, como el autobús de línea que lleva años pasando por la misma calle mientras el mundo cambia o como la incomprensión, ahora que estamos tan café con leche, que diría Cortázar, que subyace tras cada afecto o cada desapego. Es un libro que se arraiga poco a poco, si lo dejas, como una enredadera a la fachada de un edificio. Un libro extraño que te mira, un manual de estética desordenado, un consuelo de cruces verdes de farmacia 24 horas o de gasolinera zarca en la madrugada, la tarde freudiana que empezó a llover y en la que todo comenzó a inundarse sin remedio. Si no lo tienes, hazte con él. Dicen, yo lo anoté, que quien lo lee se queda atrapado para siempre tras la puerta azul de la portada.

2 Comentarios Agrega el tuyo

  1. Fer dice:

    Gracias por rescatar la reseña y rescatarme un poco a mí con ella. Un abrazo.

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  2. Dora Roman dice:

    Si es que lo merece el libro! Lo he colgado en Facebook, a ver si te leen Besos

    ________________________________

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