MI SEÑOR DE NEGRO

Siempre me dio miedo que se me metiera un señor con bastón en el oído, de esos que van tanteando la realidad con la punta del cayado. Es un miedo tonto, lo sé, pero cuando duermo procuro que el pelo me cubra las orejas, por si acaso, que hay mucho cotilla por el mundo. Y es que, a pesar de mis precauciones, este señor de negro, en ocasiones entra, no sé por dónde, en mi cabeza, husmea lo que escribo, y va revolucionándolo todo como si buscara algo. A veces se cae en el punto final de alguna frase y grita indignado para que lo saquen de ahí inmediatamente. No le hago caso, por supuesto y se pasa horas y a veces días metido en ese pozo. Al final se saca a sí mismo con ayuda del bastón y se sacude el traje, un poco arrugado por mi indiferencia.

En las épocas en las que entra a mi pesar, en mi espacio mental, espío alguna noche lo que hace cuando lo dejo solo o hago como que no le veo. El señor de negro ronda los pinceles de acuarela, y a veces los empuña como un Quijote contra los molinos de papel Arches, salpicando color aquí y allá, como un surrealista desatado, después se pierde nadando en alguna aguada, eso sí, dejando el bastón y el traje bien doblado en la orilla de la acuarela y dándole la vuelta al sombrero con un manotazo limpio al exterior del bombín.

Yo no sé cómo se llama este señor, ni quién es, pero me molesta verlo curioseando en lo que escribo, porque me pisa las comas aposta y va ensuciándolo todo después con los zapatos, dejándome una composición musical ilegible en mitad del texto racional que intento escribir. Es obvio que no le interesan en absoluto mis puntos de vista, porque engancha con su bastón todas las letras circulares que se le ponen a tiro y las lanza al aire intentando ensartarlas con el cuerpo y girarlas con la cintura, como una “Lolita” transgénero sin el más mínimo sentido del ridículo.

Este personajillo desvergonzado, aparece generalmente cuando estoy a punto de dormir, pero aún no me he dormido. Llega con esa actitud del que espera una realidad y encuentra otra que nada tiene que ver con la expectativa que tenía. Me reclama algo que no puedo darle y entonces se enfada y maldice en un idioma que no entiendo. A veces me pregunto si él está en mi duermevela o yo en la suya.

Hace unas noches apareció con un gran instrumento de cuerda al hombro, se desnudó entero y se colocó un par de libros en la cabeza, después se puso a tocar una pieza bellísima, no sin antes llamarme la atención con el arco para que me concentrara sólo en él.

Tocó increíblemente, jamás había oído nada igual, fue una interpretación llena de tensión y talento que me hizo llorar sin tener la menor idea de por qué me emocionaba tanto. Aplaudí entusiasmada cuando terminó y me alegré inmensamente de tener a este intruso en la cabeza, pero él se cabreó mucho y se retiró como si le hubiera insultado. Resultó enternecedor ver ese minúsculo trasero alejarse lleno de dignidad y ofensa.

Mi aplauso debió dolerle en lo más profundo, porque llevo dos días sin saber de él. Intento alargar mi duermevela lo más que puedo y doy alas a pensamientos que parecen cadáveres exquisitos, intentando propiciar su aparición; pero no ha vuelto y ando un poco preocupada… Empiezo a echar de menos sus reprimendas incomprensibles, el caos que produce en mis escritos, su estrambótica presencia, que por algún misterio absoluto me eligió en un momento y me abandonó en otro.

Lo que son las cosas, no sé si sabré vivir ya, sin mi señor de negro.

2 Comentarios Agrega el tuyo

  1. Cristina Jarabo Bueno dice:

    ¡Qué divertido e imaginativo!Cuántas cosas maravillosas te pasan, Sandra. Un abrazo,

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  2. ANGELINA dice:

    ¡Eres ran única en crear, hacer soñar, expresar, sacar sonrisas! ¡Precioso! Y ¡Felices sueños!

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