
- Una mujer de unos cuarenta años se me acerca en el pabellón de los dementes en el que se está muriendo mi madre de un tumor cerebral y me pregunta “¿Por qué no puedo salir de aquí con usted?”. Me abren el ascensor con una llave, entro, las puertas automáticas se cierran aplastándonos despacio las miradas.
- El día en que pienso, por primera vez, que estoy pensando.
- Termina de nevar; nadie ha pisado aún el camino, la primera huella de gorrión se convierte en un inmaculado ideograma japonés.
- Ha llovido, tengo diez años y estreno la arena de la playa con un crujido, como quien abriera la cáscara de un huevo.
- Cuatro de la tarde, sudados después de hacer el amor, él se duerme, yo le observo preguntándome quién será el hombre con el que he compartido cuerpo.
- Alguien, que afortunadamente no soy yo, piensa: La guerra ha terminado.
- Recibo un paquete y un olor nuevo informa a mi nariz de que existe un horizonte olfativo inalcanzable.
- Dicen que un hombre se ha suicidado. Por fín el tren se pone de nuevo en marcha. Todos nos asomamos discretamente, temiendo vernos en las vías.
- Por primera vez, teniendo 18 años, al irse, un cartero me llama “señora” y de golpe, en un segundo, cuarenta años.
- Entro en una tienda, veo un cachorro en una jaula demasiado pequeña. Pido que lo dejen salir. Dos almas se abrazan para siempre.
- 16 años después, empujo tierra húmeda para cubrir el cuerpo aún caliente de mi perro y el lugar se convierte para mí en un santuario.
- Llueve, discuto con mi compañero con el que apenas discuto; esparzo, empapada, las cenizas de mi madre. Siento pena por ella y por la tierra en la que caen.
- Un día luminoso, siembro las cenizas de mi padre en un paisaje de gnomos. De ahora en adelante, pasear por el sotobosque será ir a ver a papá.
- Un hombre bíblico se pasea por los vagones del metro de Londres; con un paragüas va golpeando ligeramente las piernas de algunos viajeros. ¡Despierta! les dice. Salimos ambos del vagón. De pronto no está y me siento absolutamente abandonada.
- La tarde estalla en una tormenta. Recién re-conocidos, mi hombre y yo corremos sin refugiarnos del agua y aquel vestido verde se convierte en una segunda piel y no me importa nada.
- Vacían un cubo lleno de meadas desde un piso en obras. Me cae encima. Cuando llego a mi casa y me ducho pienso, no es para tanto, Sandra, hay cosas peores.
- Alguien me ataca de madrugada cuando vuelvo de la última sesión de cine. Mi perro se me acurruca al lado sin saber qué hacer. Al cabo de unas semanas, mis dos vecinos de la buhardilla se pelean a muerte; uno baja las escaleras y golpea mi puerta rogándome que le abra. No abro. Los hombres me dan un miedo que antes no tenía.
- Años antes. Vuelvo tarde a casa. Vivo en Londres. Para acortar camino decido ir por un callejón oscuro y abandonado. La intuición me avisa. No hago caso y camino aterrorizada y sin saber por qué tan testaruda. Nunca más, pienso, nunca más.
- El día de mi adolescencia en que me doy cuenta de que mi madre ha decidido, por motivos personales, dejar de reirse a carcajadas para siempre.
- A mi compañero le gusta andar por Madrid descalzo. Condescendiente con el cronopio, Madrid va limpiando a su paso las aceras.
- Mi sobrina de unos ocho años me preguntó. Le contesté que mi amante era un cartero mágico. Cualquier carta que pasaba por sus manos se convertía en una carta de amor. Simuló creerlo para que me quedara contenta.
- Siete u ocho años. Los reyes han dejado unas bolsas pequeñas con carbón. Perpleja, abro la bolsa y estudio la cosa increíblemente negra. Decido darle un mordisco y resulta que, después de todo, está hecha de azúcar.
-
Voy a un refugio a adoptar otro perro y de repente de una jaula sale un remolino alegre de pelos que gira a mi alrededor como una peonza desequilibrada. Perdón, le digo a mi recuerdo, y me llevo a mi rubia de tres patas y nariz albina. Hay que vivir.
Hola. Hay un libro, «Sobre los espacios pintar, escribir, pensar», de José Luis Pardo, que estoy seguro que, si es que aún no lo has leído, te va a encantar. Puedes descargarlo en el siguiente enlace:
https://fenomenologiaegeografia.files.wordpress.com/2012/11/josc3a9-luis-pardo-22sobre-los-espacios-22.pdf
Te adelanto una cita del mismo.
«No hay lengua sin historia, no hay naturaleza sin historia, pero la Naturaleza tiene su propia historia y su propia lengua. La Naturaleza sin la Historia es como la mítica montaña de la eternidad, de solidez pétrea antes de haber recibido una sola impresión. Las aguas de la lluvia chocan contra una de sus caras y cada gota se evapora al instante: la montaña no ha sentido nada. Hace falta que este desencuentro se repita una y otra vez hasta que un día, a fuerza de chocar contra la montaña, las aguas dejan una huella, se abren un cauce, hacen una señal, una grafía en ella. Esa impresión es al mismo tiempo un gesto, una expresión de la montaña: lo expresado es el agua o, más bien, la fuerza con que el agua impacta la montaña. A partir de ese instante (hay que suponer una conmoción geológica atravesando la estructura interna de la montaña, como si sus entrañas adivinasen ya el lugar por donde un día, dentro de muchos años, se partirá en dos para albergar el lecho de un río), la huella constituye la memoria —una memoria geográfica— mediante la cual la montaña recuerda el paso de las aguas, la imaginación —fantasía geográfica— mediante la cual espera e invoca en silencio su repetición periódica, y la sensibilidad mediante la cual puede únicamente llegar a experimentar la
presencia de la corriente.
Cuando esto sucede, podemos decir que en la piel de la Tierra ha tenido lugar un pliegue, se ha inscrito una γ griega, un acontecimiento que ha de entenderse —como todo doblez— doblemente; para el agua, es un hábitat: por fin ha encontrado un lugar en el que existir, en el que devenir-sentida; para la montaña, es un hábito: por fin ha encontrado la forma de devenir sensible. Así, hábitat y hábito son la misma cosa bajo dos puntos de vista, cuya unidad presupone el doble origen del vocablo Ethos.
Nada se adelanta afirmando que el agua existe como cosa física (en estado de naturaleza) antes de encontrar un hábito con el que vestirse, una envoltura en la que verterse, una máscara con la que hacerse presencia para la montaña, un esquema para inaugurar un presente inamovible; pues sólo llega a devenir sentida gracias a ese disfraz, máscara o hábito bajo los cuales es recordada, invocada, esperada y percibida por la montaña. Decir «recordada», «esperada», implica que, al pasar el agua por la montaña, el fluir del tiempo se ha abierto un curso que parte en dos mitades la solidez granítica de lo intemporal».
Espero que te guste tanto como a mí tus 'meditaciones erráticas'.
Un abrazo
Me gustaMe gusta