
Yo no diría que tengo un ego como una casa, pero desde luego no tengo abuelas. Por tanto, teniendo en cuenta la madre que me ha tocado en suerte, me digo a mí misma los elogios.
Sí, he de reconocer que tengo un alto concepto de mí misma. Soy tan pedante que me vuelvo a leer una y otra vez y hasta me cito alguna vez, como si citara a Séneca. Miro mis imágenes creadas con cansancio y dolor de espalda y convivo con ellas orgullosamente, como un bedel entusiasta en un museo de provincias. Canto con vocación de negra lo que mi poca voz y mi relativo gusto me permiten grabar en Garage Band y se lo enseño a mis amigos como un niño enseña sus dibujos. Me hago mis propias cremas y no hay vendedor que las publicite como yo y ahora que he empezado a estudiar cerámica, afirmo rotundamente (para asombro de mi marido) que haré piezas hermosísimas si el destino me reserva el tiempo suficiente.
No me gusta la humildad; prefiero mirar la realidad tal cual es y eso me hace reconocer que nunca seré bailarina o gimnasta, ni tocaré el piano como Keith Jarrett, ni desfilaré en una pasarela, ni estudiaré física, ni hablaré alemán, ni seré relaciones públicas, ni dirán de mi que tengo encanto. Pero sé lo que puedo hacer, sé quién soy y lo que valgo. Las falsas modestias no van conmigo. Lo digo porque he entrado en una página de Google que yo misma abrí hace algún tiempo y que contiene una frase que debo haber escrito (recordar era antes fácil…). La frase es esta «Quiero hacer hoy, lo que ayer estará hecho».
Me la he quedado mirando. ¿Esto lo he escrito yo? Pues no está mal…Y ha vuelto a aparecer esa sensación de convivir con varias mujeres dentro de la misma, hasta el punto de no recordar cuál de todas ellas escribió esa frase y cuándo. Debió ser una de las interesantes. Las hay de todo tipo. Ridículas, taimadas, dominantes, tímidas, deslenguadas, sexuales, creadoras, secretas. Hay de todo. Una gloriosa variedad de yoes que me gustan en su conjunto complejo y musical de notas disonantes.
Mi abuela nunca me alabó salvo para sonsacarme alguna confidencia; mi padre apenas comprendía el lenguaje común que utilizábamos y organizar bien una base militar colmaba todas sus aspiraciones personales, por lo que alabar a sus hijas por perder el tiempo en actividades improductivas no estaba en el guión. Mi madre solía decirme tras algún piropo de mi entonces novio «No te lo creerás… ¿no?». Pero debieron dar todos contra el pedernal tozudo de mi autoestima a prueba de bombas, por que no sólo me lo creí, sino que además seguí creando y aprendiendo lo que mi curiosidad quiso conquistar sin disciplina y ello apuntaló sólidamente las columnas de mi propio edificio personal.
Me gustan, por tanto, las mujeres que soy actualmente, con sus días gloriosos y sus sombras, con sus miedos y sus vanidades, vestidas de trapillo o con tacón de aguja sibilina y si me presentaran a mí misma en una fiesta, respondería riendo y sin dudarlo: «El placer es mío». Y sería cierto.
A mí también me gustáis. Y mucho.
Me gustaMe gusta