
Pero un «antidisturbios» es, es sí mismo, un tipo de policía muy peculiar. Entrenado para apagar cualquier conato de incendio social, cualquier tipo de «alteración del orden», sea éste orden el de la muerte o el de la vida, sea el democrático o el dictatorial, sea el religioso o el ateo, el antidisturbios debe, por definición, recibir su sueldo a cambio de no ejercer su derecho como ciudadano, a pensar por sí mismo. La historia le puede pasar por delante y su única contribución será siempre la de acallar la voz del pueblo, cuando ésta le resulta incómoda al poder.
Es triste, pero una democracia establecida parece que no puede sobrevivir sin estos mercenarios institucionales, tan prestos a defender la integridad física de unos futbolistas como a romper la de aquéllos que defienden un mundo en el que los disparos de pelotas de goma no sirvan como argumentos. Tan importante es una cosa, para ellos, como la otra. Ellos no deciden, obedecen.
Pero lo curioso es que, lejos de acallar la voz que protesta, cuando ésta es espontánea y nace de la convicción, lo que hace una intervención como la de la Plaza de Cataluña es avivar el fuego, incendiar lo que aún no había prendido, indignar definitivamente a los indecisos. La violencia ejercida gratuitamente, produce en el que la observa, otra violencia, la de la rabia ante la injusticia y el abuso de poder. Lo menos efectivo que puede hacer el gobierno, es aplastar por la fuerza la protesta, porque ésta se levantará de nuevo como esas velas de cumpleaños impenitentes y tenaces que no se apagan nunca. Nada como un buen motivo por el que luchar cuando se es joven y se tiene poco que perder. Nada como un baño de solidaridad y masa no violenta y utópica que une esfuerzos, para estremecer, emocionar, impulsar a los que, hasta ese momento, se habían quedado en casa.
Y es que los protagonistas de esta protesta sí piensan por sí mismos. Son la generación de las redes sociales y esto quiere decir que lo que pasa en USA lo sabe inmediatamente una persona en España o en Polonia, lo comunica a otras con las que mantiene un diálogo, se dan contrainformaciones, se debate en la misma red sobre su veracidad, lo que uno no comprueba lo comprueba el otro, y lo que merece la pena se extiende como un reguero de pólvora. Obviamente, son de los que además de extender la información, previamente la han leído. Saben quién es Galeano, saben quién es Chomsky, han visto los documentales de Michael Moore, los «Inside Jobs» de otros directores, y si no lo saben ellos, otros se lo han contado.
Ayer asistí por primera vez a una asamblea en mi pueblo. Confieso que me resultó muy larga. Pero también confieso que me sorprendí muchísimo viendo el grado de civismo, la organización, la paciencia, de los que venían de Sol para organizarnos en zonas más apartadas. Se tomaban turnos de palabra, se escuchaban todas las propuestas, se consensuaba todo, ningún partido político podía hacer suya la reunión. El público aguantó estoico hasta las tres de la tarde y se decidieron sólo tres puntos, pero la lección de civismo fue asombrosa. Me fui a casa con el corazón esponjado y orgulloso (si, soy escéptica, pero estoy deseando rehabilitarme).
Por la tarde y antes del famoso final partido de Wembley, apareció un anuncio creo que de alguna tarjeta de crédito que comenzaba con una frase como «Hay momentos en los que se hace historia…» Por un segundo pasó por mi cabeza ingenua que se refería a todos los acampados que luchaban día tras día por que este mundo infame se limpie un poco la cara; pero no, se refería al partido de fútbol.
También me hubiera gustado que alguno de los futbolistas les dedicara el triunfo a los pequeños héroes acampados que no cobrarán por su triunfo las millonadas absurdas que cobran ellos. Pero tampoco.
Pues desde aquí me adueño inútilmente de todos los triunfos deportivos de España, de todos los triunfos artísticos, de nuestros mejores escritos y de nuestros pobres pero tenaces triunfos científicos y se los dedico a ellos, a los acampados, a los ingenuos, a los idealistas, a los utópicos, a los que quieren dar a luz ese otro mundo que en palabras de Galeano habita y late dentro de éste: infame, egoísta y absurdo que tiene que cambiar de piel y de alma de una vez por todas.
Me gustaria simplemente ilustrar tu texto con un documental que se emitió por TV3.
http://www.tv3.cat/3alacarta/#/videos/3551230
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Buen texto compañera.
Sólo un apunte: donde dice «violencia ejercida gratuitamente», no debería decir «violencia ejercida por la financiación de algunos»?
Yo soy de los que conoce a Galeano: es, ante todo, mi vecino del barrio Malvín.
Saludos.
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