Dicen que las lágrimas emocionales tienen una química totalmente distinta a la de las lágrimas puramente físicas, las que se producen si uno tiene el ojo irritado, por ejemplo. He ahí un misterio en estado puro.
Yo creo que este misterio tiene algo que ver con el de las palabras a las que, clasifico, en mi particular sistema racional, como seres vivos.
Las palabras viven de nosotros, nos van arrancando significados, que a veces incorporan a su organismo, como los ríos arrastran piedras y se las llevan, lamiéndolas infinitamente con la lengua. La palabra llega de una manera y sigue su camino vestida con otro traje, el que le hemos hecho, a veces públicamente, a veces en el ámbito íntimo. Porque todos tenemos un diccionario familiar de puertas adentro. Entre hermanos, padres e hijos, con la pareja, con el perro. Las palabras adquieren significados ocultos, que conocen sólo los que forman parte del minúsculo «club». Estas evoluciones las hacen crecer a lo largo de los años como las perlas crecen con capas de nácar.
Es obvio que las palabras tienen, por ejemplo, la llave secreta de nuestro delicado equilibrio emocional. Situadas en un contexto preciso, pueden desbaratarlo todo. Las palabras se acercan, dan una patadita metafórica a la estructura trabajosamente levantada y de golpe todo se viene abajo como arrasado por un maremoto. Y sí, ver a alguien llorar sin ruido, sin razón aparente, es algo parecido a ver cómo dinamitan un edificio a cámara lenta, sin previo aviso: algo trágico y bellísimo al mismo tiempo.
La capacidad de sentir un dolor abstracto es, creo, un rasgo humano. Y es que el hombre es complejo como un laberinto. Queremos y odiamos al mismo ser y por los mismos motivos. Sentimos nostalgia por situaciones que jamás hemos vivido. Nos sentimos soberbios y vulnerables y atacamos esperando ser queridos a cambio. Podemos crear y destruir por razones que se originaron a los tres años de edad. Buscamos desesperadamente lo que tenemos delante de los ojos y no sabemos ver. Nos miramos en el espejo y no sabemos quién nos devuelve la mirada. Escuchamos una determinada música y todo lo que no verbalizamos se nos agolpa en la garganta sin saber por qué. Odiamos un olor encarnizadamente. Cosas así. No caben más contradicciones en nuestro sistema emocional y sin embargo nuestro cuerpo elabora una química especial para las lágrimas del alma, por así decirlo. El cuerpo sabe. El cerebro siente y envía la orden: que llore las lágrimas de verdad, no las de andar por casa. Qué curioso.
Sería interesante analizar las lágrimas de un buen actor y saber si son las unas o las otras…
No he llorado una sola lágrima por la muerte de mis padres. Resulta duro decirlo. Resulta extraño pensarlo y aún no he podido explicármelo a mí misma. Pero supongo que la emoción, como el orgasmo, se tiene o no se tiene.
No me siento peor persona por ello. Hice lo que debí hacer y con eso se conforma y duerme mejor mi conciencia. No creo en los vínculos santos e indisolubles de la familia. Creo que nos tocan en suerte personas a las que llamamos «padre», «madre», «hermano» y a veces se les quiere más, a veces menos, según su «persona» en el sentido absoluto y etimológico del término, no según su título oficial. El argumento: «¡Es que es tu madre!…», no me dice nada en absoluto. Lo que implica esta palabra, no es lo mismo para mí, que para mi marido o para la vecina del quinto.
Mis lágrimas son pocas, pero cuando deciden salir en tromba no me consultan, arrasan sin más, no piden permiso ni licencia. Cuando murió mi perro, lloré como si el mundo se acabara. Me dejó el alma quemada. Qué le voy a hacer…Tal vez después de que muriera en cuestión de una semana, sin que me hubiera avisado una larga enfermedad, decidí convivir con la conciencia de la muerte y la de mis padres me pilló ya encallecida, preparada. Será que mis padres se fueron muriendo poco a poco y me despedí (sobretodo de él) demasiadas veces en los años que pasó de hospital en hospital. Vaya uno a saber.
Puede que un día sepa por qué no he llorado la muerte de mis padres. Puede que un día la llore de golpe. Lo que sí sé, si ese día llega, es que no habrá necesidad de hacer análisis para saber qué tipo de lágrimas han sido.
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