Mi hermana es una mujer capaz de maquillarse sin espejo. Parece una banalidad pero para mi es todo un rasgo que define una feminidad sin tregua. Su amante la pintó robándole este rasgo de tenaz coquetería y dándole una aire trágico y doliente que jamás ha tenido, que yo sepa. Aunque sí que tuvo siempre una cierta sombra melancólica, que aparecía rara vez, pero que estaba, como está el aire en la seda de un pañuelo cuando lo mueve la corriente.
Escribir sobre una mujer vital, alegre y optimista, tal vez parezca poco literario. Los buenos personajes suelen ser egoístas, depresivos, malévolos, excéntricos, reflexivos… Mi hermana no es así. Es más discreta. Pero posee un secreto, un misterio feliz, un no sé qué de pájaro que siempre envidié, desde pequeña.
Supongo que había y hay en ella, una sabiduría intuitiva, un desorden vital adolescente, una capacidad de seducir con humor y falda estrecha, con bata de pintora o con ojeras de amapola triste. Conserva una luz encendida en la mirada que es capaz todavía de quemar o atraer como un imán y algo de mar, si, algo del sol de Menorca a los veinte años.
Hablar de mi hermana es muy difícil, porque no sé si esa carga genética idéntica que dicen que nos une como un hilo invisible, puede ser el origen de esta falta de distancia, de este asombro que a veces me produce la luz que siempre ha desprendido en contraste con mi sombra. Y es que somos así, opuestas, seres diferentes, artistas ambas, a qué negarlo (reivindico la palabra artista en un país en el que serlo es un suicidio profesional y una ruina ineludible). Yo soy el lado oscuro de la luna, ella el luminoso. Unidas por el día y la hora en que vimos la luz y el mismo orificio de salida, nos miramos, sin embargo, sospechando que alguien se confundió garrafalmente.
La noche en que murió mi madre, hicimos las dos una fotografía en su lecho de muerte: ella la vio casi dulce – difícil en mi madre, siempre – con la piel tersa a pesar de la agonía y una expresión de “por fin” y de descanso; yo en cambio, vi la muerte agarrando a su presa como una boa constrictor segura y lentísima en su abrazo mortal y mi interpretación de la toma fue durísima. Discutimos. Me fui dando un portazo metafórico y me hermana se quedó a solas con la muerte. Siento aún la estupidez de la discusión en un momento tan difícil, pero defendíamos diferentes percepciones de la realidad y la realidad fue que mi madre perdió la partida de ajedrez con La Parca aquélla noche.
Pero ya pasó, y qué le vamos a hacer, somos así. Nadie nos dio a elegir, así nacimos. Tenemos mucho en común, seguramente. La infancia es un lazo indestructible. Pero hay algo más que sólo circunstancia. En algún momento insólito esos dos opuestos que somos, fueron una sola célula y eso es duro de roer, casi increíble; una célula que tuvo algo que ver con esa familia prusiana – la nuestra – de la foto que parece haber posado para el fotógrafo hace apenas un segundo histórico.
“Tu ¿Eres la simpática o la otra?” Me llegaron a preguntar a los diez años. Y yo contesté tímidamente “Yo soy la otra”. Y sí, lo era. Pero sólo se es “la otra” en relación a “la una”. Suspendí Lógica tres veces, pero al menos eso me quedó claro.
Como las dos caretas que representan la comedia y la tragedia, parecemos la representación de dos mundos que son, los dos, opuestos pero inseparables o la realidad misma, si se quiere. Todos somos todo. Antes o después. Del mismo polvo venimos, al polvo vamos siempre que podemos 🙂 y finalmente en polvo universal nos fundiremos, lo queramos o no, siendo todos un mismo compost democrático y nutriente. Hermanos, primos, gemelos, cuñados, amantes, abuelos, perros, políticos o avestruces, volveremos a la misma cuna de barro a dormir el sueño eterno, confundiéndose nuestros átomos en una orgía cuántica de la que nadie entenderá absolutamente nada, por más que nos engañen los científicos.
De nuestra individualidad feroz no quedará probablemente nada, salvo el consuelo en vida de saber que uno puede haber sido Leonardo. Quien dice Leonardo, dice al menos un átomo de alguna de sus pestañas.
Yo con eso me daría con un cantito en los dientes; despacio, eso sí, que los dentistas te cobran un riñón por cada implante…