 |
Terence Tren D’Arby |
Hace meses que vengo meditando sobre cómo un fenómeno como Youtube puede cambiar nuestra percepción del tiempo y de la vida. Hasta hace unos cuarenta años, la evolución de cualquiera de nuestros personajes favoritos se percibía lentamente, a ritmo de caracol. Hasta lo que podríamos llamar la “revolución digital”, la gente tenía que recurrir a los archivos fotográficos, hemerotecas o archivos privados para poder ver cómo había sido quien ahora era de un manera determinada. De la juventud a la vejez de nuestros personajes públicos, había un período en el que navegábamos juntos, de un modo paralelo, madurando despacio, acostumbrándonos a los cambios apenas perceptibles, hasta que llegaba un momento en el que sí, el personaje se había hecho viejo, y nosotros también.
Hoy, por suerte o por desgracia, podemos tener el pasado y el presente en la misma página, ocupando el mismo rango, digamos, existiendo por igual para el espectador. La realidad virtual se ha convertido en casi la única realidad. Uno apenas va a un concierto físico de un artista; la mayor parte de las veces ese artista existe para nosotros gracias a un archivo de sonido digital, una imagen digital, un video digital. Nos “metemos” en internet, en youtube y buscamos sus actuaciones, sus discursos, sus entrevistas, lo que sea. Y he aquí que aparecen ante nosotros, varios estadíos del personaje, de modo que vemos, mano a mano, el que fue, hace quince años, con el que es en este momento, ocupando el mismo nivel de existencia virtual. El shock, a veces, es brutal. Uno se queda embobado mirando lo que parece que fue hace apenas un segundo histórico. ¿Cómo se puede cambiar tanto en un segundo?
La reacción generalmente, es de un rechazo inconsciente, uno evita mirar los vídeos actuales, no es justo que ambos personajes sean el mismo, debe haber un error…
Pero el “error” y el “horror” son la lógica evolución que experimenta todo ser vivo. Infancia, juventud, madurez, vejez. Al pasar estas etapas ante nuestros ojos como pasan esas tomas hiperrápidas de flores abriéndose, floreciendo y marchitándose a velocidad de vértigo, la sensación de ser algo pasajero, fugacísimo, banal, es una sensación casi aplastante.
Claro está que desde cada generación, el fenómeno se ve de una manera distinta. Para una chica de 20 años, que ve casualmente un vídeo de digamos Terence Trent D’Arby de los años ochenta, en el que un hombre de unos veintitantos, sinuoso y altivo como una serpiente, canta en su mejor momento artístico y corporal, el artista se convierte en algo “suyo”, es decir, joven como ella, puesto que lo está viendo en tiempo real-virtual (si es que este oximorón puede utilizarse). Sólo si investiga más, si abre ese otro vídeo en el que alguien con el mismo nombre, remotamente parecido, avejentado y totalmente transformado canta la misma canción y se llama igual, averiguará, como una bofetada, lo poco que dura el momento que vive.
Si lo miramos por el lado optimista, también habremos de admitir que Youtube ha resucitado a muchos personajes olvidados o muertos que reviven en grabaciones que nos devuelven milagrosamente al individuo que un día tuvo 20 años, como el joven Antonin Artaud, por ejemplo, cuando, si no fuera por esta plataforma, la imagen del viejo y arrasado loco genial pareciera haber sido la única forma corporal del escritor.
Esta confusión temporal tiene, forzosamente, que habernos cambiado en algo. Nunca anteriormente se dio algo parecido. Los muertos están tan presentes como los vivos. Los maduros luchan inútilmente por tener más audiencia que su versión joven. Las voces que jamás oímos de líderes míticos resultan chillonas en las grabaciones terrosas que se conservan. Los hombres que mueren centenarios resulta que tenían una juventud imperecedera e inspiradora y sus vídeos de los años 50 y 60 tienen miles de reproducciones, por tanto, vida e influencia. La diosa más sexy comparte con su versión decrépita la misma página de resultados y el mismo nombre.
Supongo que algún filósofo debería pensar en lo que todo esto conlleva. Yo no alcanzo a comprender las consecuencias, me falta capacidad deductiva. No obstante la paradoja del olvido rápido y la memoria permanente resulta perturbadora. Confiamos a Youtube nuestra memoria y nos devuelve el espejo de nuestra mortalidad vertiginosa o nuestra insospechada inmortalidad, según los casos. Y este gigantesco Funes el Memorioso, que ha invadido nuestra existencia y cambiado nuestra memoria, está en manos de un puñado de fanáticos hackers que podrían, si quisieran, tumbar las frágiles columnas informáticas en las que hemos edificado el edificio.
¿Qué les detiene?
Perder el poder que ahora detentan y chequear su email cada mañana.
Me gusta esto:
Me gusta Cargando...
Relacionado