El silencio zumba como un insecto sutil interrumpido por los signos de vida de la casa; el armario que se queja súbitamente de su inmovilidad, el estómago de mi perra que duerme feliz tras haber comido, el murmullo de la sábana subiendo y bajando impulsada por la respiración marina del hombre dormido.
Es más silencio así, cruzado accidentalmente por los pequeños paréntesis de sonido.
Hace poco vi una película así, silenciosa, interrumpida únicamente por los diálogos intensos de las miradas de los personajes. «Mademoiselle Chambon» se titulaba. No era una historia compleja, era de lo más normal. Un hombre, dos mujeres, la vida. Pero la presencia poderosa de los silencios, cargados como nubes de tormenta, hacía que la historia tuviera esa realidad tan ausente en la mayoría de los films norteamericanos. Todo se puede decir sin decirse. Un poema de película.
Quiero compartir el cine que me gusta, me parece injusto que los buenos títulos caigan en ese océano de olvido en el que archivamos la mayor parte de lo que vemos. Hay monumentos de películas («Incendies» por ejemplo) y películas menos ambiciosas, que nos ocupan brevemente, como un verso afortunado.