Va por el juez

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El verano se estira como un gato lánguido en el sofá.

Vemos un documental sobre las masacres en Irán en los años 80. No lo hemos elegido aposta.  Del uno al quince, le pregunté a Carlos – dime un número – . Eligió el 11 y resultó ser éste. Por la imagen que lo anunciaba podría haber sido un drama doméstico o una comedia romántica.  Pero no, fue un documental de una hija en busca de la verdad que la madre (prisionera política en los peores años) no ha querido compartir nunca. ¿Para qué? pensará la madre, con una determinación a prueba de curiosidad filial.  No pudieron conmigo y no les voy a dar el placer de marcar para siempre la percepción del mundo a mis descendientes.  No le doy espacio al horror, porque horror y felicidad no pueden existir al mismo tiempo.  Así que escojo la felicidad.  Y no responde, al final, a las preguntas de su hija. Y yo creo que hace bien.  Aunque uno puede imaginar lo nunca dicho.

No me sorprenden los hechos demenciales que ocurrieron, me sorprende que los protagonistas hayan sido capaces de volver a sonreír. Y me doy cuenta de que esa es su gran victoria.  Vivir bajo el signo del horror es morir a cámara lenta.

Por lo demás, ningún pueblo se libra de haber sido verdugo alguna vez. Sí, unos lo hacen mejor que otros. Unos son pueblos eficientes que cuando aprenden un idioma en el colegio, lo aprenden bien y cuando diseñan una cámara de gas, lo hacen igualmente bien. Otros son más desordenados y flexibles; nunca terminan de hablar inglés y a la hora de matar tal vez lo hacen más caóticamente.  Pero como decía el abuelo de Amos Oz, el árbol del que comió el hombre en el jardín del Edén debió ser el de la crueldad, no el del conocimiento. Nos vendieron el cuento alterado, pero se nos ve el plumero a todos.

Mañana me acercaré a una manifestación en apoyo de otra víctima de la Gran Manada general y genérica de los hombres que se convierten en seres bestiales por el mero hecho de que pueden. Un pequeño apoyo, un pequeño grano en la gran playa del grito femenino que ha decidido dejar de ser silencio. Hará calor. Se estaría mejor durmiendo una siestecita.  Pero la primera Manada va a pasar muchos años en la cárcel por la suma de gritos como éste. Merece la pena mostrar la rabia.

La rabia es un motor muy poderoso, o un freno, según se mire.  Yo no vivo con rabia, pero sé cuándo despertarla del letargo de una vida tranquila.  Hay que desempolvar la rabia y sentirla por las otras, o por los otros. A mi me indignan por igual todas las víctimas y si puedo prestarle mi voz a quien no la tiene, lo hago.  Pero después vuelvo a mi quehacer tranquilo porque las feministas no son más que mujeres indignadas por las canalladas a las que otras han sido sometidas.  El tópico de la mujer enfadada permanentemente es algo que le sirve al macho para desprestigiar el grito que pide la justicia. El caso es desprestigiar. Si grita, es una mal follada, si no grita es que le gusta que la follen.  Lo peligroso, empiezan a darse cuenta, es que gritemos todas al mismo tiempo.  Yo hago un brindis por ese grito común.  Va por el juez, que sólo vio “jolgorio” donde hubo una violación en toda regla.

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