El letrado, Ángel Pelluz, 90 años, defensor de cinco neonazis, obviamente, neonazi convencido, ha basado la defensa de sus clientes en afirmar que los vagabundos no son personas humanas (tal vez sean personas animales o minerales…). Ha añadido que son “cánceres de la sociedad que deberían ser extirpados”, en palabras que recoge El País y que, supongo, serán literales.
Parece ser que el juez no ha parado el juicio inmediatamente, destituyendo de sus funciones a semejante cabrón (todavía estoy buscando la palabra adecuada). Se empieza así, permitiendo afirmaciones como éstas, se termina construyendo campos de exterminio.
Energúmenos como este abogado y sus defendidos; ignorantes, egoístas sociales, psicópatas, los ha habido siempre. Eso no me llama la atención, lo que sí me asombra es que este comportamiento se acepte como parte de una proceso legal y no se detenga inmediatamente por defender el exterminio de otros seres humanos, etiquetados como cánceres, que hoy serán los mendigos, mañana los marroquíes o los chinos, dependiendo del grado de frustración y rabia de nuestros des-cerebros neonazis.
El hecho de que se admita en un juicio semejante argumento quiere decir que se empieza a permitir la subversión de los valores que hacen que una sociedad pretenda (aunque a menudo no lo consiga) ser justa, ser positiva, ser igualitaria. Lo mínimo que podemos exigir es que en teoría, la ley defienda los derechos de todos los ciudadanos. La práctica, ya sabemos, es otra cosa. Ahora bien, si la teoría empieza a admitir la perversión; si un abogado considera que no debe disculpar el comportamiento de sus defendidos energúmenos, sino defenderlo, como un acto de justicia social; si esta defensa se admite como argumento y no se alza tal griterío en la sala por lo absurdo y lo inmoral del razonamiento, es que vamos, literalmente, de culo.
Lo malo es que el hecho ya no sorprende. Tenemos la gran sospecha de que los delincuentes tienen el poder, que jueces, guardias, concejales, ministros, abogados, incluso algunos médicos en otras tristes épocas, todos esos que se supone deben defender la ley y la igualdad, están del lado de “los otros”, más bien son “los otros”, que no son fantasmas como en las películas de Amenábar, sino de carne y hueso. Como Emilio Hellín, asesino de Yolanda Gonzalez que trabaja para la Guardia Civil desde hace años como el más respetable de los ciudadanos; como la juez de Denia que concede la guarda y custodia de un hijo, al padre que ha sido condenado por violencia de género, o ese otro tribunal, que no ve ensañamiento en los 37 navajazos dados a una mujer – hagan la prueba, cojan un cuchillo y el filete de ternera y húndanlo 37 veces…- ; como tantos de los miembros de este gobierno, que sin duda han ganado su sobresueldo ilegal durante años, y ahora recortan el infrasueldo de miles de ciudadanos y los convierten en mendigos, mientras salvan a los bancos que convencían a iletrados y abuelillos de que invirtieran en preferentes; como el yerno del rey, como los delincuentes institucionales de Valencia, rostros mismos de la avaricia, como los contables del partido del gobierno, como los jueces que destruyen al único juez que se atrevió a remover la mierda del poder, como los abusadores sexuales que mantienen su cargo político, los ladrones de niños que siguen ejerciendo en hospitales o conventos, etc.
En este país, nadie se avergüenza de lo que hace, nadie dimite, nadie renuncia por sentido del honor. Seguimos siendo el pueblo que vio Goya, solo que vestidos con ropa del Lidl o de Adolfo Dominguez, dependiendo de que nos llegue un sobre-sueldo o la factura de la hipoteca.
Suscribo de principio a fin lo que acabo de leer. «Cabrón» es un calificativo apropiado, pero insuficiente para este siniestro personaje que parece surgir de la sombra de Menguele. «Piltrafa», fue el primer adjetivo que me vino a la mente cuando leí sus declaraciones. Lo peor, como tú bien señalas, es que no es un elemento aislado, sino un síntoma más de la enfermedad que aqueja a esta sociedad (si aún podemos denominarla así).
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