Por razones de Estado, creo que así se titula un libro de Noam Chomsky, uno de esos libros que uno empieza a leer con entusiasmo y con cierta indignación (la que alimenta cualquier lucha contra la injusticia) y que poco a poco uno va dejando a un lado para no saturarse de información apabullante, de esa información que te deja desalentado, liso de esperanzas, tras el tanque histórico que te pasa por encima y que te reafirma en que cualquier ejercicio de imaginación se queda corto frente a lo que el «poder» puede llegar a idear para seguir siéndolo.
POR RAZONES DE ESTADO
Pero, dejando aparte el libro de Chomsky, en estos momentos volvemos a oír esa frase, si no abiertamente dicha, implícita, en boca de políticos que apoyan la actuación de Estados Unidos en su supuesta captura y asesinato de Osama Ben Laden. Digo supuesta, porque ya no me creo nada. Creer en un hecho sin tener pruebas fehacientes de que ha ocurrido es algo que hacen los religiosos de todos los colores. Yo no lo soy, así que si no meto la mano en la llaga, no me lo creo. Y menos de Estados Unidos que miente, ha mentido y mentirá cuanto le plazca de acuerdo a las exigencias de las circunstancias.
La política es así…O eso dicen. Yo sigo creyendo que el mayor mal que puede sufrir un ser humano es carecer de imaginación. Esa carencia hace que se puedan admitir como normales, hechos, comportamientos, actitudes, que en realidad son inadmisibles para cualquier persona racional y digamos con una natural tendencia a la bondad.
Hoy, escuchamos en boca del director de la CIA que es lícito torturar a alguien ahogándole repetidas veces hasta el punto en que cree que va a morir, para sacar información, que, obviamente, de otro modo, el país más tecnológicamente avanzado del mundo, no puede obtener. Necesita de ese método para acorralar a su enemigo. Ni el país en el que se escondía (supongamos que todo es verdad), ni los vecinos, ni los correligionarios, ni la familia ni nadie, había considerado que la figura era de verdad un terrorista. Nadie le denunció, salvo el que fue torturado. Eso quiere decir, en mi opinión, que las cosas se ven desde puntos de vista muy diferentes aquí, o allí. Cosa que no me extraña.
Por otro lado, personas que jamás aguantarían ver el proceso de tortura delante de ellas sin detenerlo por inhumano, lo defienden en abstracto, justificándolo «por razones de Estado», ya que Ben Laden, objetivo último del interrogatorio, era culpable de muchas muertes de inocentes.
¿De cuántas muertes inocentes fue culpable esa preclara inteligencia andante que fue Bush? ¿De cuántas Kissinger (bochornoso Nobel de la Paz en 1973)? ¿De cuántas Clinton, Nixon, Carter, Bush padre? ¿Nos ponemos a hacer cuentas?
¿Qué pasaría si los iraquíes, culpabilizados a dedo del 11S y bombardeados con esa excusa (y con muchas más después) se infiltraran en Estados Unidos y mataran en su rancho al ínclito Gorgito? Sin juicio, sin apelación, sin exposición de evidencias. (Tal vez dándole unas cuantas galletas secas sin cocacola para que se atragantara cruelmente mirando su programa favorito).
Veo que ahora Zapatero defiende los «motivos de Estado»de Obama, y entiendo que, a pesar de que dijo que el poder no le iba a cambiar, no ha podido escapar a sus efectos. Entiendo que el que manda ordena y cuando el general pregunta «¿Qué hora es?» el sobreviviente contesta «La que usted mande mi general».
Por eso he huido siempre del poder. Por eso lo detesto, sea del color que sea. Por eso admiro a Julien Assange, a Garzón, a Michael Moore, aunque todos padezcan – unos más, otros menos – de exceso de ego. Por eso Obama no podía ser quien parecía. Porque nadie que no sea capaz de aducir «razones de Estado» para meter en la frente una bala a un hombre desarmado, puede acceder a la presidencia del imperio. Sea el romano, el español o el americano, sea en el siglo II, el XV o el siglo XXI, da lo mismo.
Los que no podrían bajo ninguna circunstancia, hacerlo, no luchan por el poder, luchan por la justicia, que no es lo mismo.