Ensayo de sonrisa

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¿Alguien ha ensayado alguna vez una sonrisa frente al espejo? Yo sí.

A veces me miro y pruebo muecas, sonrisas, enfados, expresiones, como si fuera una actriz evaluando personajes. Luego me doy cuenta de que no, de que mis músculos no van por ese camino por razones que sólo ellos conocen. La ceja sube (porque suele subir siempre la misma) cuando siento cierta indignación contenida. Sorpresa o miedo (en ese caso suben las dos). Incredulidad (una sóla). La boca juega, habla, llora, imita, resopla, suspira siguiendo las órdenes de mi cerebro. “Sube el músculo izquierdo, no tanto, baja un poco, llena la boca de aire, suéltalo despacio, sube las cejas y cierra un poco los ojos. ¡Perfecto!”

Y sí, así vamos construyendo nuestra particular e intransferible máscara de Kabuki.

Por eso somos nuestras arrugas que, a fin de cuentas son como esos huecos en la maleza que se van acentuando a medida que la gente pisa por donde otros pisaron, hasta que la hierba se rinde y se hace el camino. Borrar los que hemos hecho en la piel es eliminar la historia. Eliminar la historia es convertirse en un ser plano, sin trasfondo, sin candilejas, sin cuartos cerrados con curiosidades llenas de polvo. La cirugía estética es ese trapo que limpia afanosamente el tiempo y deja todo brillante y sin memoria.

Hace poco he visto en una peli a un Brad Pitt que ha debido pasar por el bisturí millonario de algún cirujano de guante blanco. Pareciera que le hubieran robado el alma o que su yo antiguo se hubiera fugado a algún paraíso fiscal con Thelma y Louise dejando a un doble sin encanto en su lugar. Un doble sin expresión y sin movilidad facial. Hace años me encontré en la calle un hombre pintado en una madera, vestido de frac y sonriendo. Debió ser algún adorno trasnochado de algún cine o teatro de la Gran Vía. El caso es que me lo llevé a casa y adornó muchas de las fiestas que di con su elegancia algo británica. Tenía más expresión que el Brad Pitt actual. Una pena. Pobre…

Mi madre recurrió a la cirugía estética para intentar recuperar la alegría que había perdido por el camino y cuya ausencia se había aposentado en unas bolsas oscuras debajo de los ojos que le daban un aire amargo cuando apenas contaba los cuarenta. La operación fue un desastre y hubo que pasar de nuevo por el quirófano para arreglar el desaguisado anterior. Pero ella siguió admirando a las mujeres que se habían operado con éxito y que parecían veinte años más jóvenes. En su falta de lógica absoluta, mi madre admiraba el artificio que hacía de la propia cara una mentira.

La autoestima dependía de la fuerza de gravedad y por tanto no creció con la operación porque el tiempo se cobró sus facturas en seguida. La inversión económica duró poco y mi madre nunca entendió que la autoestima se alimenta desde dentro, se riega cada día y hace crecer una raíz en lugar de un filtro suavizador.

Yo admiro a las mujeres que se olvidan de sus arrugas porque tienen cosas más importantes en las que pensar. Admiro a las que y a los que luchan por mejorar la realidad que les tocó en suerte vivir. Me gustan los valientes y los que hacen de la coherencia una bandera. Soy una romántica empedernida, qué le voy a hacer.

Envejecemos según las decisiones de nuestro cerebro que es quien decide todo en esta comunidad de vecinos. Ése es el órgano que quiero mantener en forma. (Ya sé, ya sé que además hay que hacer deporte…¡Qué pesados!).

Mi cerebro soy yo y ese yo ha decidido que me guste silbar y por ello, con los años han ido apareciendo dos arruguillas en el labio superior.

¿Vivir sin silbar por tener mejor aspecto? Antes morir que perder la vida.

 

 

2 Comentarios Agrega el tuyo

  1. Fer dice:

    Me encanta la imagen de los caminos para hablar de las arrugas, lo del desaguisado materno me ha dado cierta lástima inexplicable. Antes morir que perder la vida, es un gran lema. Lo de Brad Pitt es incomprensible en un actor de su talla. Llevo meses sin poner unas palabras en pie porque me he visto obligado a traducir mucho. Siento el retraso en tu reseña. Un abrazo, Fer.

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    1. S.SUE dice:

      No te preocupes Fer. Con este mensaje ya compruebo que estás ahí, aunque ocupado. Volverás a tus textos como Ulises a Itaca y yo los leeré todos. Un abrazo, Sandra

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