El Espejo

espejo

 

Hace poco cometí un error garrafal que ha destrozado la historia de amor que tenía con mi espejo. Después de 15 años de intimidad compartida, decidí cambiar la disposición de la entrada de mi casa y lo quité del sitio en donde había vivido desde el primer día de mudanza a este piso: la entrada, una zona un tanto oscurilla que iluminábamos apenas con una bombilla de 60 con pantalla de papel japonés que tamizaba aún más la escasa potencia de la lámpara.

Mi espejo es un espejo antiguo, que nos encontramos en la calle, en el barrio de los Austrias, recién formada nuestra pareja. Tiene pan de oro desvaído en el marco y manchas de vejez en su superficie, pero es rotundo, pesado y de un señorial diseño decimonónico que pegaba mal con los mueblecillos de Ikea que hemos ido coleccionando con el paso del tiempo. Fácil tendrá sus 100 años bien llevados. En él nos hemos mirado mi marido y yo desde que nos conocimos, nos ha visto jóvenes y nos ha ido reflejando con familiar condescendencia a medida que pasaba el tiempo; nos conocíamos, teníamos confianza, era un miembro más de la familia.

El espejo se ha vengado, supongo que profundamente ofendido (y con razón) porque lo haya sustituido por tres espejos adhesivos de chicha y nabo, comprados, para más inri por internet.

El caso es que, mientras le encontraba un sitio definitivo, lo puse encima del amplificador que tiene aparcado ad aeternum mi marido en su cuarto. Un día pasé a coger algo y de repente me ví reflejada con todita sinceridad, invadida la habitación de la luz inclemente de la mañana. ¿Había ganado peso o era el espejo que en esa posición “engordaba” la figura? ¿Me imaginaba cosas o notaba un cierto rencor en este nuevo reflejo de mi misma? El espejo alzó una ceja fría para mostrarme su desprecio y me devolvió la información, sin piedad ni sentimentalismo alguno. Si quieres verte de cuerpo entero ¡Esto es lo que hay, guapa!

He decidido ponerme a dieta, empezar a hacer ejercicio y buscarle a toda prisa un lugar protagonista a mi espejo de toda la vida. Pero la casa es pequeña y tengo tanta obra y tan poca pared que no sé dónde voy a colgarlo. Pero tengo, forzosamente que encontrarle un sitio. Que le guste además. Porque es apasionado y la afrenta ha sido grande.

Estoy intentando camelármelo de nuevo y cuando paso cerca le guiño un ojo y le prometo que va a volver a ser el espejo de la casa, con mayúsculas, como antes…pero de momento es inútil, me devuelve una imagen sin atisbo de amor en la mirada. El resultado es que procuro no visitarlo demasiado. No nos dirigimos la palabra. Pero sé que cambiará y se ablandará con el tiempo. Lo conozco. Y hasta estoy segura de que me echa de menos aunque no lo admita.

Pero, de momento, joder, no hay nada más cruel que mi espejo cabreado…

3 Comentarios Agrega el tuyo

  1. Faty dice:

    No sabes cómo te entiendo, creo que el espejo de mi dormitorio también está un poco mohino conmigo…

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  2. Fer dice:

    En otra vida fuimos la misma persona, te leo y te entiendo desde dentro.

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  3. Belen Puente dice:

    Los espejos tienen la vida que les damos

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