Here’s Johnny!

jackn
¿Qué pasaría si les enseñásemos a nuestros hijos que los malos siempre ganan? Porque ganan;  y si no ganan, no pierden y si alguna vez pierden, no pagan.
Me gustaría hacer el experimento. Sacar conclusiones del comportamiento de niños que crecieran sabiendo desde pequeños la cruda realidad.  No sé muy bien para qué. Tal vez para comprobar que el cerebro reptiliano se adapta a la lucha de ratas inmediatamente, le cuenten cuentos o no.  Tal vez para verificar que seguimos siendo seres de instintos básicos que nos condicionan en un grado inimaginable, junto con el puñado de genes heredados que nos etiquetan la frente como un vulgar código de barras de Carrefour de barrio.
Seguramente existirían las excepciones, los que, a pesar de todo, estuvieran en desacuerdo con los relatos y quisieran cambiar los finales, enderezar los destinos, imponer la justicia intuitiva.  Eso va también en los genes.  El gen de la justicia.  Los abocaría a la extinción…
Uno se pregunta si a la población americana que votó a este ser impresentable que prefiero no mencionar,  le leyeron cuentos distintos cuando eran niños, porque ha votado al representante absoluto de todas las características que definirían a un malo de cuento de Disney. Claro que la alternativa impuesta por el partido demócrata – que se quitó del medio a Bernie Sanders para proponer y aupar a la gallina de los huevos de oro – no daba para mucho.
Al niño americano (estadounidense, mejor dicho)  le han contado principalmente el cuento de que quien trabaja en serio, termina teniendo éxito.  ¡Y se lo ha creído! Esta leyenda popular ha calado hondo en su espíritu y la gente está convencida de que el sinvergüenza que ocupa la Casa Blanca es un hombre «hecho a sí mismo».  Sin duda un abusador, un déspota, sinvergüenza, tramposo y prepotente. Pero que se lo ha currado el solito, como ellos…
Como siempre, la ignorancia de la historia se suple con los prejuicios. El que de verdad se hizo a sí mismo fue su abuelo que era alemán y emigró a Estados Unidos para evitar el servicio militar bávaro (de Bavaria, vamos…aunque bárbaro también lo era) cosa que entiendo perfectamente y que yo hubiera hecho de estar en su pellejo.
Pero el inmigrante tenía desparpajo y después de ser ayudante de barbero, se fue para el norte y abrió un restaurante-burdel (¡¿con el dinero que ganó siendo ayudante de barbero?!) en Bennet, una ciudad subártica canadiense en la ruta que seguían los fantasmas humanos de la fiebre del oro, donde  vendía a los mineros lo que necesitaban en sus míseros ratos de ocio: comida, bebida y sexo.  Tenía olfato y cara de hombre formal. El colmillo lo disimulaba bajo la barba y el mostacho de época.
El nieto sigue los pasos de su abuelo, arropado por la fortuna que consiguió mantener y aumentar su padre y se adivina que el nieto no sólo vende mujeres de lujo sino que las compra también.  Solo que éste tiene aspecto de vendedor de longanizas con varias copitas de más, que piensa que el mundo es su mostrador de mármol y las leyes el producto que taja con el hacha de cocina.  No hace falta ser un gran fisonomista para ver que hay algo en sus facciones, como había algo en la apariencia física de Hitler, Mussolini, Stalin y otros de su calaña, que avisa a cien leguas de distancia lo que va a ser.
Pero en fin, así son las cosas. El innombrable ha ido a cara descubierta, eso hay que reconocérselo y los millones que le han votado han pensado que por lo menos, a este se le ve venir.  Los demás políticos han abusado de tal manera de la piel de cordero que al votante anónimo y carente de futuro, le hace más gracia el lobo tal cual, en estado puro; por lo menos, no le toma por imbécil.
En esto desemboca el gigantesco descontento de las masas americanas. Los que siempre quisieron ser Supermán, han terminado por dejarse de tontunas de canario y ahora quieren ser el putero de peluquín sintético que se pasa la política de salón por la entrepierna y construye y destruye imperios financieros como quien juega al parchís.  Vamos, un Berlusconi en versión americana.
Del sueño  americano solo nos queda ya la pesadilla.
Se llama Trump, y como Jack Nickolson en El Resplandor, nos dice insistentemente desde el otro lado de la puerta rota a hachazos: «Here’s Johnny…!».

Un comentario Agrega el tuyo

  1. Loam dice:

    Este Johnny parece ser el heraldo de algo extremo e inquietante. «America Great Again», vocifera el extravagante magnate, pero la obesa y voraz América (Estados Unidos) se ha hecho tan «great» que ya no cabe en el planeta. Trump representa ese límite en el que el monstruo, habiendo devorado todo, comienza a devorarse a sí mismo.

    Me ha gustado mucho tu artículo.

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